Mi pueblo necesita que fijen en su
nombre
la ayuda necesaria para poder vivir.
Sus soportales caen y sus casas perecen
por falta de una ayuda que a sus arcas
no llega.
No hay pinares, ni ríos que naveguen sus
campos,
ni otra atracción que pueda su belleza
mostrar.
Solo una bella ermita que de lejos
anuncia
que en su falda, su gente apuesta por la
vida.
Todavía retiene esperanzas remotas
de que un día cercano abarroten sus
calles,
niños, mujeres, hombres, construyendo
caminos
que le lleven a ser un “pueblo primavera”.
Restan pocos olivos de verdes plateados,
árboles
que su sombra complacidos regalen,
y aún su campo
se viste de verdes esmeralda
esperando semillas cuando llega la
siembra.
Cuando mis pasos vayan, cuando vuelvan
mis pasos,
que te encuentre florido, blanco como
algodón,
no vaya ser que un día, cansado de
morir,
tu espíritu naufrague entre lejanos
vientos.
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